"...Las rabonas están armadas. Cargan sobre mulas las marmitas, las tiendas y en fin todo el bagaje. Arrastran en su séquito a una multitud de niños de toda edad. Hacen partir a sus mulas al trote, las siguen corriendo, trepan así las altas montañas cubiertas de nieve y atraviesan los ríos a nado llevando uno y a veces dos hijos a sus espaldas. Cuando llegan al lugar que se les ha asignado se ocupan primero en escoger el mejor sitio para acampar. Enseguida descargan las mulas, arman las tiendas, amamantan y acuestan a los niños, encienden los fuegos y cocinan. Si no están muy alejadas de un sitio habitado van en destacamento en busca de provisiones. Se arrojan sobre el pueblo como bestias hambrientas y piden a los habitantes víveres para el ejército. Cuando los dan con buena voluntad no hacen daño alguno, pero cuando se les resiste se baten como leonas y con valor salvaje triunfan siempre de la resistencia...Estas mujeres proveen a las necesidades del soldado, lavan y componen sus vestidos...Viven con los soldados, comen con ellos, se detienen donde ellos acampan, están expuestas a los mismos peligros y soportan aun mayores fatigas...Cuando se piensa en que, además de llevar esta vida de penurias y peligros cumplen los deberes de la maternidad, se admira uno de lo que puedan resistir."
Peregrinaciones de una paria1
La escritora francesa Flora Tristán hace mención en su obra Perigrinaciones de una paria, que narra entre otras cosas los sucesos de la guerra civil peruana de 1833-1834, las llama las Vivandières de la América del Sur, término utilizado en la Francia Napoleónica para referirse a las mujeres que acompañaban al ejército francés como cantineras o vendedoras de provisiones, aunque las características propias de las rabonas peruanas eran diferentes como refiere sorprendida la misma Flora Tristán.
Rabona, es como se conoce en Perú y Bolivia a las mujeres que solían acompañar a los soldados de infantería en las marchas y campañas militares del siglo XIX. Su nombre deriva del hecho de que generalmente marchaban en la cola de las columnas y aunque también se les conocía como cantineras el término original era el más extendido; al darse el alto ellas preparaban la comida y atendían a sus maridos o parejas, reparando los uniformes y realizando otras tareas domesticas, que en esa época incluso podían considerarse de logística.
Sus orígenes se remontan al ejército realista peruano de la guerra de independencia, donde los oficiales permitían que las mujeres de los reclutas, generalmente indígenas y mestizos de la sierra, les acompañaran en campaña incluso con sus pequeños hijos a cuestas para de esta manera evitar la desmoralización y deserción de la tropa durante los primeros meses del adiestramiento. Con el tiempo muchas de ellas terminaban formando parte integrante del batallón y no era inusual que caído su hombre en combate le prodigaran los primeros auxilios o asistieran en su agonía llegando a tomar incluso el rifle de aquel para continuar combatiendo, los hijos nacidos o criados en campaña solían pasar el resto de su vida ligados a la milicia incorporándose como tamborileros desde la niñez o como soldados desde la adolescencia.
En todas las guerras externas y civiles del Perú y Bolivia del siglo XIX, la rabona sería una personaje cotidiano del medio ligada generalmente al soldado andino de infantería.
De esta manera el geógrafo e investigador británico sir Clements R. Markham referiría sobre el ejército peruano en su obra "La guerra entre el Perú y Chile" publicada en Londres en 1881:
"Se permite a las mujeres de los reclutas, llamadas rabonas, seguir a los regimientos en que sirven sus maridos. No reciben ración sino que se alimentan con parte de la que toca a sus cónyuges. Estas fieles y sufridas criaturas siguen a los ejércitos en sus largas y fatigosas marchas, llevando las mochilas y utensilios de cocina, carga que a veces agrava el peso de un niño de pecho. No bien se hace alto, la rabona se afana en preparar el alimento de su marido, que por lo común, tiene ya dispuesto al romperse las filas. En el combate se le ve atendiendo a los heridos, satisfaciendo sus necesidades y mitigando el sufrimiento de la sed intensa. El agua es escasísimo y precioso elemento en los arenales del Perú, mas la rabona casi siempre se ingenia para tener con que humedecer los labios del herido. Otras veces, puede vérsela buscando el yacente cadáver de su amado e imprimiendo en sus labios el último beso, indiferente a las balas que silban en su derredor."5
No obstante esta descripción en ocasiones las rabonas recibían un pago de la caja del cuerpo como si formaran parte de él y eran empadronadas en listados elaborados por la inspectoría del ejército donde se consignaba su nombre y el "soldado a que pertenece". En el periódico "El Nacional" del 9 de diciembre de 1876 dice:
"Las rabonas del batallón Ayacucho en número de doscientas fueron hoy al palacio de gobierno, pidiendo se les remitiera al lugar donde se encuentran sus esposos. Las amorosas, como también se les llama, renuncian al diario pago que se les da, a fin de cubrir con él los gastos que ocasione su viaje".6
"Cuando ascendía a la cuesta, era verdaderamente conmovedor el espectáculo que ofrecían unas 300 o 500 rabonas, descendiendo hacia Tacna con sus hijos a la espalda, sus ollas de comida en la mano, las lágrimas en los ojos y una queja dolorida en los labios."
Capitán argentino Florencio del Marmol, agregado al estado mayor boliviano, refiriendo la Batalla de Tacna, 26 de mayo de 18807
Aunque generalmente al iniciarse el combate eran enviadas a retaguardia para colaborar con los servicios de ambulancia algunas llegaban a tomar parte en las acciones y por sus méritos militares eran promovidas en el mismo campo de batalla e incluso se hacían merecedoras de una pensión militar como cualquier veterano si es que resultaban heridas, tal fue el caso de María Olinda Reyes, rabona pierolista conocida entre la tropa como Marta, quien participó en la guerra con Chile y la guerra civil de 1895, donde llegó a alcanzar el grado de capitana obteniendo perdurable fama en el ejército, siendo que una marinera le recuerda "muchachos vamos a Lima que viene la montonera, con Felipe Santiago Oré y Marta la cantinera".8
A principios del siglo XX la figura de la rabona había desaparecido paulatinamente por las reformas implementadas en el ejército y las variaciones en el servicio siendo que finalmente se convirtió en un personaje del recuerdo.


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